Y si te ríes, merece la pena.
Un
paseo hacia el valle de la nada. Una conversación fría que hiela océanos. Unas
caras raras, agrias, cansadas, aburridas. Como las frías palabras, el tiempo se
atrasa y el viento se convierte en gélido aire invernal. Y eso es lo que le
separan a estos dos cuerpos calientes en mitad de la Antártida. Un conductor
que los una haría convertir inviernos en infiernos. Pero al igual que el carbón
tarda milenios en convertirse en diamante, esta reliquia de conductor no se
construye con nada que el materialismo pueda crear. Y este conductor, no se
fabrica con otra cosa que con dos manos, dos corazones y dos amores que se
transforman en uno, enorme, gigante e irrompible.
Tan
irrompible, tan tierno, como una carcajada. Un frasco de agua ardiente en el
hielo, un frasco de agua congelada en el desierto. Y así, si te ríes, morir
mereció la pena. Si te ríes, yo lo dejo todo, pero ríete, para tener razones
para morirme a tus pies.
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